COMO CADA MARTES
Ana Córdoba García. 2.º ESO
IES Jaime II. Alicante
Y la señora Hill cruzó la calle, como cada martes, en su viaje hasta el supermercado más cercano. Igual que la señora Clare paseaba a su perro o el cartero del barrio repartía el correo del día. Igual que el señor Miles llevaba a su hijo al parque o que el pequeño David Conner quedaba con sus amigos del colegio para ir a la cancha de baloncesto a jugar un partido.
Sin embargo, hay cosas que no suceden cada martes de forma ordinaria. Por ejemplo, no te despiden de tu trabajo cada semana. En esta situación se encontraba John Brown, el cual para hacer frente a las circunstancias que estaba experimentando se dirigió a un bar que solía visitar con mucha frecuencia.
Pero volvamos a esas cosas que se repiten cada martes de forma ordinaria.
La señora Hill alcanzó la acera antes de que el semáforo cambiara de color al rojo. Se detuvo para mirar la hora. La aguja corta de su reloj marcaba las seis, justo cuando el hijo del señor Miles se deslizaba por el tobogán, cuando la señora Clare frotaba la cabeza de su perro, cuando el cartero llenaba de cartas un buzón ocuando David encestaba desde la línea de triple, prácticamenteigual que cada martes.
Cuando la señora Hill pasó por el parque de perros, el bulldog de la señora Clare corrió hacia ella. Esta le acarició suavemente y sin entretenerse mucho prosiguió en su recorrido de cada martes hacia el supermercado para comprar el pan.
—Buenos días, señora Clare —dijo mientras se alejaba con una dulce sonrisa en la cara.
—Buenos días, señora Hill —contestó esta.
Simultáneamente, John abandonaba el bar en el que le habían servido varias copas de whisky. Andaba tambaleándose, y, cuando sacó las llaves de su coche, estuvieron a punto de escaparse de su mano. No obstante, abrió el coche y tras sentarse, no sin cierta dificultad, encendió los motores.
A su vez, el cartero del barrio desde la lejanía distinguía a la señora Hill y aceleraba el ritmo de su marcha con el objetivo de alcanzarla.
—Buenos días, señora Hill —dijo una vez se posicionó a su altura—. Verá, tengo una carta para usted —explicó el cartero— y al verla por aquí he pensado que podría dársela en mano —dijo y extendió su brazo ofreciéndole un sobre blanco.
—Muchas gracias —dijo la señora Hill mientras tomaba la carta, una carta cuyo contenido nunca podría leer.
Y continuó su camino hacia el supermercado.
Mientras, John avanzaba con su coche a la velocidad de noventa kilómetros por hora, en una calle peatonal. Giró la esquina sin reducir apenas la velocidad para luego saltarse un semáforo en rojo y con un segundo giro, ahora a la izquierda, tomaba rumbo hacia una avenida que poco se diferenciaba del resto de no ser por su supermercado recientemente habilitado.
Entretanto, nuestro pequeño David realizaba una primera zancada entrando así en el área del campo de baloncesto. La acompañaba de una segunda, para despegar del suelo y comenzar a volar. Así se sentía él cuando saltaba. Y eso fue también lo que la señora Hill pensó que aquel muchacho hacía cuando lo vio suspendido en el aire, volar. Y fue entonces cuando, con una absoluta sonrisa de triunfo en el rostro, el chico tiró a canasta.
Desafortunadamente, la pelota rebotó contra el tablero y comenzó a rodar por el suelo y fue a parar a los pies de la señora Hill. Esta, que se había detenido observando con fascinación el salto del chico, se agachó con dificultad para coger la pelota y devolvérsela al muchacho. Recordó así que su cuerpo ya no era lo que fue un día.
Mientras tanto el coche del señor Brown había alertado a un policía local que patrullaba por el mismo barrio de la señora Hill, igual que cada martes. A pesar de ello, no consiguió detener su coche, pues se había entretenido observando el bulldog de la señora Clare, que jugaba entre la hierba.
Y entonces la señora Hill cruzaría el último paso de cebra que pisaría en su vida. De pronto se detuvo, allí, en medio del cruce, seis pasos que la separaban de la muerte, pero lo que observaba
era la vida, vida en estado puro. La señora Hill estaba comple-tamente absorta observando el paseo de cada martes del señor Miles y su hijo, que reía sin control mientras se balanceaba en un columpio, el cual su padre empujaba. Eso le hizo pensar en su niñez, cuando, al igual que aquella pequeña criatura que reía sin cesar, estaba llena de energía.Se habría podido pasar el resto del día observando a aquel niño cuando oyó el motor de un coche.Fue en ese momento cuando el señor Brown se percató de la presencia de una figura borrosa, que parecía humana, detenida en medio de la carretera. Intentó accionar los frenos, pero estos respondieron muy tarde.La señora Hill se había quedado paralizada observando cómo aquel coche se precipitaba hacia ella. Entonces sucedió algo inefable. En aquel efímero instante, del que habría esperado auténtico terror, simplemente pensó que aquel paseo había sido muy agradable.Es una pena imaginar que, de no ser por el paseo del señor Miles y aquella pequeña criatura llena de vida, de no ser porque el cartero del barrio distinguió a la señora Hill desde la lejanía, de no ser porque David Conner falló aquel tiro a canasta, de no ser porque el perro de la señora Clare ese día necesitaba salir a pasear o de no ser por el jefe que despidió a John Brown, la señora Hill ahora posiblemente seguiría viva. Sin embargo, de no ser por todos estos sucesos, la señora Hill no habría disfrutado de aquel breve pero placentero paseo.
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