SOMBRAS
Jordi Jordà Monfort. 4.º ESO
IES Pare Vitòria. Alcoy
Había una vez un hombre anciano cuyo amor por la música era inigualable. El hombre sabía de memoria una gran cantidad de óperas, estaba familiarizado con todas las obras clásicas y su conocimiento sobre los músicos antiguos era excepcional. Vivía junto con su hija en un apartamento cualquiera. Pasaba los días dibujando y escuchando sus sonatas favoritas. Los fines de semana, su hijo, junto con su nieto, le visitaba. Su vida era tranquila y placentera, como el sueño de cualquier jubilado.
Pasaron los días y los días se convirtieron en semanas. El hombre seguía viviendo con su hija en su apartamento. Los fines de semana, su hijo seguía visitándole. Durante una de sus visitas, el hombre se percató de que era incapaz de formular el nombre de su nieto. Finalmente, por mucho que intentara atraparlo, el nombre se escapó de su mente, como si de arena en sus manos se tratara.
El tiempo pasó. El hombre seguía con su rutina. Su hijo seguía visitándole, junto con aquel niño. Seguía viviendo con aquella mujer, solo que ahora tenía dos rostros. A veces veía a su hija y a veces a su mujer.
Un día, el hombre se percató de que aquella persona que vivía con él, aquella persona que antes le resultaba tan familiar, ahora no era más que una desconocida. Su hijo por fin volvía a visitarle, pero esta vez iba acompañado de aquel niño cuyo rostro estaba desdibujado. Ahora su faz adoptaba la forma de la de su propio hijo.
El hombre esperó a la próxima visita. El tiempo le era extraño. El ayer se convirtió en el hoy y el día se fundió con la noche. Era incapaz de diferenciar el paso de los meses y el de las semanas. Su mente estaba repleta de vacíos. Aquel apartamento que le había acompañado durante su vida ahora le resultaba frío y extraño. Las habitaciones surgían de la nada y cada esquina le resultaba un descubrimiento nuevo. La sombra de una mujer deambulaba por los pasillos irregulares de aquel apartamento. «¿Quién será?, ¿qué querrá?», se preguntó el hombre mientras la vigilaba.
Un día el hombre se despertó sin saber dónde estaba. Las paredes de aquel lugar inhóspito parecían derretirse. Escuchó unos pasos. No estaba solo. El hombre, alarmado, corrió buscando una salida de aquel laberinto. Empezó a abrir todas las puertas con las que se topaba, sin suerte alguna. Los pasos se aceleraron. Una figura emergió de una de las habitaciones. Corría rápidamente hacia él. El hombre no dudó en abrir la puerta más cercana. Esta vez era una habitación distinta. Se percató de que había unas escaleras. Miró hacia atrás. La figura estaba a pocos metros de él. Rápidamente, el hombre bajó las escaleras. Podía oír los gritos de quien lo perseguía. Siguió bajando hasta encontrar una puerta de la cual emanaba una luz cegadora. El hombre se abalanzó sobre esta, cayendo sobre sus manos. Por fin había salido de aquel infierno. Miró a su alrededor. Podía ver el cielo. Por fin se sentía libre. Entonces, todo a su alrededor se sumió en una completa y desoladora oscuridad.
Al abrir los ojos, el hombre se encontró en una habitación pequeña. Se sentía extraño. Sus párpados pesaban como piedras y un sueño abrumador le invadía. Estaba acostado sobre un cama blanda. Algo le presionaba el dedo y sentía una aguja en su muñeca. Estaba rodeado de cables. A su lado colgaba un gotero. El hombre sentía miedo. Intentó levantarse, pero se sintió pesado y débil. Seguidamente, el hombre observó que un varón joven se sentaba a su lado. Aun siendo incapaz de reconocerlo, su cara le transmitía nostalgia y un calor que hacía siglos que no sentía. El hombre se tranquilizó y sucumbió al sueño.
El hombre había perdido la noción del tiempo. Desde que salió de aquel lugar lleno de personas con batas blancas y gente moribunda, el hombre había perdido todo atisbo de lucidez. Ahora se encontraba en un lugar similar. Había gente parecida a él. Adormecido por las pastillas, el hombre era incapaz de alterarse. A veces quería levantarse, pero no sabía para qué. A veces quería hablar, pero no sabía de qué. A veces quería gritar, pero no sabía por qué. El pasado y el futuro se unificaron en su mente a la vez que lentamente se esfumaban. Su familia ahora no era más que un fantasma de un pasado lejano del cual él parecía no haber formado parte. Su realidad era incoherente y difusa. Lo había perdido todo.
Finalmente, su mente se quebró, su frágil cuerpo falló y se sumió en un sueño eterno. El hombre nunca sabría quién era su familia, ni sabría dónde se encontraba, ni jamás volvería a ese cálido y familiar lugar al que llamaba hogar.
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